lunes, junio 25, 2012

El nacionalismo ¡vaya timo!


Este es el último libro que he leído de la colección ¡vaya timo! de la editorial Laetoli. El libro es de momento una excepción dentro de la colección. Digo esto porque hasta el momento la colección se ha centrado exclusivamente en las pseudociencias de pura cepa, como pueden ser el creacionismo, el psicoanálisis, la homeopatía etc. pero en esta ocasión, de la mano de Roberto Augusto, nos sumergimos en un análisis crítico de una ideología, en concreto del nacionalismo.

Roberto examina los textos más importantes que defienden el nacionalismo, bajo su bisturí, se diseccionan los argumentos en pro de esta ideología, para acabar mostrando, que en realidad estamos frente a una religión donde se sustituye a Dios por la Nación.

Tras la crítica al nacionalismo Roberto pasa a analizar alguna de las situaciones que se dan en España, principalmente se centra en dos; en la política lingüística en Cataluña y el nacionalismo español. Estas dos secciones resultan ciertamente interesantes.

En la sección sobre la situación lingüística en Cataluña, Roberto consigue navegar entre los extremismos mostrando que dichas posturas no tienen ningún fundamento. No obstante, hay una pequeña parte de la argumentación con la que no estoy de acuerdo. Roberto parte de la idea de que la diversidad lingüística es buena en sí misma, para justificar dicha idea Roberto argumenta como sigue:

Si se acabara con la pluralidad lingüística, por ejemplo, y una lengua, la que sea, se convirtiera en la única dominante, nuestra cultura se empobrecería enormemente. Si aceptamos que el lenguaje es la forma en la que se transmite el pensamiento, y que esa materia está influenciada, en mayor o menor medida, por su vehículo de expresión, debemos concluir que la existencia de una sola lengua produciría un empobrecimiento del pensamiento.

Estoy de acuerdo en que si disminuye el número de lenguas obviamente disminuye la diversidad cultural. Pero con la segunda parte del argumento no estoy de acuerdo. Sigamos con el mismo ejemplo de que sólo una lengua es la dominante y todas las demás están extinguidas. ¿Conllevaría eso un empobrecimiento del pensamiento? No veo porque tendría que ser así. ¿Acaso no estamos inventando nuevas palabras para designar conceptos o ideas que antes no existían? En la ciencia es fácil encontrar ejemplos de esto, fijémonos en términos como quark, o materia y energía oscura. No veo porque el hecho de que sólo exista una lengua va hacer que no seamos capaces de desarrollar nuevas palabras cuando éstas sean necesarias. Pero lo realmente sorprendente es que el propio Roberto argumenta igual en páginas anteriores cuando realiza su demoledora crítica de las tesis de Fichte:

Tampoco hay lenguas más dotadas que otras para la filosofía o la ciencia. Puede que haya una mayor tradición de una disciplina científica determinada en una lengua, y que otro idioma carezca de un vocabulario técnico en esa materia. Esto podría fácilmente inducirnos a pensar que una lengua es superior a otra, lo que es falso, ya que esa carencia puede ser solucionada creando los conceptos necesarios para el desarrollo de esa disciplina científica mediante la composición y la derivación de términos ya existentes en esa lengua o asimilando palabras de otros idiomas, entre otros procedimientos lingüísticos posibles. Se puede hacer ciencia filosofía o literatura de primer nivel en cualquier lengua desarrollada.

Dado que el propio autor reconoce que “…esa carencia puede ser solucionada creando los conceptos necesarios…” no parece que la disminución de la diversidad lingüística tenga que conllevar un empobrecimiento del pensamiento. Puede que la diversidad lingüística sea un bien en sí misma, pero no parece que eso se pueda derivar del argumento antes señalado.

Roberto también aduce que si la población vota mayoritariamente a las opciones políticas que promueven unas determinadas políticas lingüísticas, entonces es completamente legítimo que se lleven acabo dichas políticas, siempre y cuando no se violen derechos fundamentales, etc, etc. Hasta aquí completamente de acuerdo. La cuestión es si podemos deducir que los ciudadanos están de acuerdo con determinadas políticas por el mero hecho de que han elegido a los representantes que las van a llevar acabo. Si los ciudadanos no estuvieran de acuerdo con estas políticas lingüísticas se supone que siempre podrían votar por otras opciones políticas que defiendan otras posturas. Ahora bien, ¿es esto realizable? Cuando se vota es posible que el votante tenga en cuenta numerosos aspectos. Es posible que no pueda votar por las opciones que representan las políticas lingüísticas que el votante cree correctas, porque los partidos políticos que defienden dichas políticas también defienden otras ideas que le resultan imposibles de aceptar. Lo que quiero decir es que del conjunto de representantes que salen de las urnas, no podemos concluir que los votantes estén de acuerdo con todas sus políticas, es posible que algunos estén de acuerdos con esas políticas, otros lo hayan considerado un mal menor a la hora de elegir a quien votar, otros quizá simplemente lo considerar un asunto de menor importancia, otros… creo que se entiende lo que quiero decir.

No os llevéis a engaño por estas breves críticas, el libro merece y mucho la pena, es de una lectura ágil y fácil, el tema es interesantísimo, y Roberto Augusto realiza un análisis crítico digno de ser leído y que probablemente haga pensar y mucho la lector. En España el nacionalismo es un tema candente pero normalmente lo que nos llega de unos y otros son soflamas tremendistas más que argumentos, todos ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, el libro de Roberto es una maravillosa excepción, a base de contundentes argumentos nos hace ver que el nacionalismo(español, o catalán, o francés etc. ) no es parte de la solución sino del problema.


El naturismo a las puertas del sistema sanitario

Acabo de leer(1) que la ministra Ana Mato está considerando sustituir medicamentos para "afecciones leves" por "alguna cosa natural", y como comprenderéis uno se alarma, al mismo tiempo que el escepticismo se le dispara. El motivo para adoptar esta medida, según parece, es poder ahorrar más dinero. La cuestión, claro está, es si esto será así.

Para que dicho ahorro se produzca deben darse dos circunstancias. Una es que los productos naturales deberían ser más económicos que los medicamentos que se están recetando en estos momentos. Y en segundo lugar que los productos naturales que vayan a recetarse sean igual o más efectivos que los medicamentos originales, si esto no es así, entonces lo único que tendremos es que la gente no consigue curarse y volveremos a aumentar el gasto ya que tendremos más gente enferma de forma reincidente. Obviamente esta última consideración no sólo tiene implicaciones económicas sino que también las tiene éticas. Lo miremos por donde lo miremos recetar productos naturales o artificiales que no son efectivos y no curan no tiene justificación ética posible.

Nadie se llevará una sorpresa si digo que estoy a favor de la medicina basada en evidencias, postura que entre otros defiende The Cochrane Collaboration, en su web podemos encontrar qué es esto de la medicina basada en la evidencia:

La Medicina Basada en la Evidencia es el empleo consciente, explícito y juicioso de la mejor evidencia actual en la toma de decisiones sobre el cuidado sanitario de los pacientes. La práctica de la Medicina Basada en la Evidencia significa integrar la competencia clínica individual con la mejor evidencia clínica externa disponible a partir de la investigación sistemática.

Espero que los productos naturales que se vayan a recetar hayan demostrado su eficiencia en investigaciones científicas sistemáticas. De no ser así estaríamos ante un nuevo avance de lo irracional y lo pseudocientífico en la sociedad con consecuencias nada agradables. Pedir pruebas y que se demuestre científicamente el funcionamiento de los medicamentos, no es un defecto sino una virtud. Personalmente me da igual que lo que me receten es natural a más no poder o la sustancia más artificial que me pueda imaginar, lo que quiero es que sea efectiva y me cure la dolencia que estoy padeciendo. Y para saber esto se necesitan realizar investigaciones científicas que demuestren lo efectivo o no de las sustancias a recetar. El “a mí me funciona” o “a mi tío Paco le fue bien” no son criterios científicos validos que demuestren la eficacia del tratamiento, es más, en realidad, lo único que demuestran es la credulidad de los que así hablan y de los que se lo creen. Lo que hace falta son pruebas científicas, lo demás son peligrosos cantos de sirena.