Tengo por costumbre (probablemente llega a ser un vicio) leer siempre que puedo, de hecho, es una de las causas por las que al trabajo voy en transporte público, para poder aprovechar el tiempo del viaje leyendo. Ayer, cuando regresaba, hice como siempre; me subí en el tren, me puse cómodo (vamos que me senté, porque muy cómodo no te puedes poner) y me dispuse a seguir la lectura de “The Blind Watchmaker” (de Richard Dawkins). Todo iba como siempre, hasta que en una parada sube un grupo de amigos que se sientan al lado mío. Una de las chicas quería...