Primera hora de la mañana, llego a la estación de tren como todos los días para dirigirme al trabajo. Anuncian por megafonía que hay una avería por lo que los trenes vienen con retraso. Bueno, no pasa nada, habrá que tener paciencia. Me pongo a leer mientras espero que llegue el tren. A los pocos minutos llega uno, que está lleno hasta la bandera. Se abren las puertas y observo que no cabe ni un alfiler, lo más sorprendente es que debo ser el único que se percata de ello ya que la gente se abalanza sobre las puertas, el espectáculo es patético, la gente empujando como si les fuera la vida en ello, miro a mi alrededor por si ha caído una bomba o algo por el estilo y no me he enterado, nada de nada. Hay están todos, empujando con todas sus fuerzas, al final, a base de empujar algunos consiguen subir a riesgo de que al cerrar las puertas éstas les pillen la cabeza. Decido esperar al siguiente tren, que probablemente no venga tan lleno.
A los pocos minutos llega el tren y se puede subir sin agobios y sin problemas. Pero claro, según va avanzando de estación en estación se va llenando más y más. Sin saber muy bien cómo, acabo en el medio del vagón como una sardina en lata, no hace falta ni sujetarse, es imposible caerse, la cosa podía ser peor, hay gente con el pómulo clavado en las ventanas, así que nada de quejarse. Siguiente estación, ya no hay sitio para nadie, pero, ¿qué es lo que pasa cuando se abren las puertas? Exacto, a la gente le da lo mismo, todos a empujar a ver si de casualidad los del interior nos desintegramos y así se hace sitio, la situación debe ser tan dantesca que el maquinista decide intervenir y anuncia por megafonía que inmediatamente detrás está esperando un tren para entrar a la estación y viene prácticamente vacío. Uff menos mal, lo primero que pensé es: "me bajo y lo cojo", pero si los que estamos en el interior osamos movernos los pobres pegados a las ventanas probablemente acaben atravesándolas. Abandonar el tren es misión imposible, salvo que tengas una pistola desintegradora o un sable láser que te facilite la misión. Así las cosas ruegas porque la gente que está cerca de las puertas se baje y se haga un poco de sitio. Intento mirar hacia las puertas, de reojo claro, que si muevo la cabeza probablemente golpee a alguien. No puedo creer lo que veo, ¡no se baja nadie! es más, los de fuera siguen erre que erre a ver si pueden subir. El maquinista toma la decisión de cerrar las puertas y allá cada cual. Partimos hacia la siguiente estación como champiñones enlatados.
La humanidad, la especie más inteligente del planeta, ya nos gustaría, ya.
A los pocos minutos llega el tren y se puede subir sin agobios y sin problemas. Pero claro, según va avanzando de estación en estación se va llenando más y más. Sin saber muy bien cómo, acabo en el medio del vagón como una sardina en lata, no hace falta ni sujetarse, es imposible caerse, la cosa podía ser peor, hay gente con el pómulo clavado en las ventanas, así que nada de quejarse. Siguiente estación, ya no hay sitio para nadie, pero, ¿qué es lo que pasa cuando se abren las puertas? Exacto, a la gente le da lo mismo, todos a empujar a ver si de casualidad los del interior nos desintegramos y así se hace sitio, la situación debe ser tan dantesca que el maquinista decide intervenir y anuncia por megafonía que inmediatamente detrás está esperando un tren para entrar a la estación y viene prácticamente vacío. Uff menos mal, lo primero que pensé es: "me bajo y lo cojo", pero si los que estamos en el interior osamos movernos los pobres pegados a las ventanas probablemente acaben atravesándolas. Abandonar el tren es misión imposible, salvo que tengas una pistola desintegradora o un sable láser que te facilite la misión. Así las cosas ruegas porque la gente que está cerca de las puertas se baje y se haga un poco de sitio. Intento mirar hacia las puertas, de reojo claro, que si muevo la cabeza probablemente golpee a alguien. No puedo creer lo que veo, ¡no se baja nadie! es más, los de fuera siguen erre que erre a ver si pueden subir. El maquinista toma la decisión de cerrar las puertas y allá cada cual. Partimos hacia la siguiente estación como champiñones enlatados.
La humanidad, la especie más inteligente del planeta, ya nos gustaría, ya.
Ismael Pérez Fernández.
0 comentarios:
Publicar un comentario